5 de maig del 2011

Como me llamo Javier, d'Aina Navarro, guanyadora de la categoria 3r d'ESO en llengua castellana


No estaba muy seguro de lo que estaba pasando en ese momento. Solo oía un ruido difuso, muy lejano, pero de lo más molesto. Sentía que mi cabeza estaba a punto de estallar y que mis parpados no tenían suficiente fuerza para poder abrir los ojos. De repente oí, supongo, porque aún estoy muy confuso, una voz que me decía:
- Tranquilo chico, te vamos a sacar de aquí.
En aquel momento, me acordé de lo que pasó, me vino como un flash-back pero en cámara lenta y en blanco y negro. En ese momento empecé a soltar cosas sin sentido, o eso me dijeron los bomberos, hasta que centré un poco mi cabeza, que no sabía si aún la tenía encima de los hombros. Después empecé a preguntar dónde estaba, que había pasado, como había sucedido… Pero lo sabía todo. Sabía que íbamos por la autopista mi padre y yo, sabía que íbamos a ver a mi madre al hospital, y entonces, entonces vimos un camión a contra dirección y no pudimos reaccionar, no vi como chocamos, creo que cerré los ojos, pero al despertarme del revés y con el cuerpo dolorido, saqué mis propias conclusiones. No sé porque lo pregunté, puede porque en las películas siempre hacen lo mismo y, aunque suene estúpido, quería mi momento de estrella de cine.
Mi cabeza se aclaró un poco y mis parpados reaccionaron, abrí los ojos y vi a un hombre con casco intentándome sacar, me dijo que hiciera fuerza con las piernas pero no podía. Cuando me sacaron del coche enseguida me pusieron en una camilla, me inmovilizaron, por un momento pensé que me iban a secuestrar, ya os he dicho que no tenía la mente clara.
Pregunté por mi padre, pero no me contestaron, de respuesta solo obtuve una cara de pena y un silencio que me aterrorizó. No quería perder a mi padre, a él no, ya lo pasamos muy mal con mamá cuando le detectaron cáncer de mama y, ahora que se había curado, que queríamos volver a empezar de cero, otra ciudad, otra casa, otros amigos. Ahora que sabíamos que podríamos llegar a ser felices… No, me negaba rotundamente y me odiaba a mí mismo por haberme pasado esta estúpida idea por la cabeza, era inaceptable esa posibilidad así que, no la acepté, solo cerré los ojos.
Cuando los volví a abrir estaba en el hospital, lo supe porque todo era blanco y triste, además, esa peste a hospital no se olvida nunca. Vino una enfermera a comprobar mi estado y me puso, bueno, no sé lo que me puso, pero me hizo un daño que jamás la voy a perdonar. Entonces sentí una voz en el pasillo. Esa voz tan dulce, tan hermosa, la voz de mi madre que entró a la habitación empujando a toda cosa y/o ser vivo que se le cruzara por el camino. Me disparó mil preguntas en menos de un segundo y yo no entendí nada. Entonces rió y me abrazó. No sabía cuánto necesitaba ese abrazo, pero creo que ella lo necesitaba más que yo.
Estuvimos hablando todo el día hasta que salió el tema de mi padre, entonces ella hizo un gemido y no dijo nada. Yo la miré con los ojos a punto de llorar, sentía como se inundaban de agua y no me dejaban ver nada. Entonces noté una lágrima bajando por mi mejilla y, aunque no pudiera ver nada, sabía que mi madre también estaba llorando. No, no, no, no, mi padre no está muerto, pensaba. Y no lo estaba, estaba en un coma profundo, no sé lo que es peor. Entonces vino un médico, me dijo que se llamaba Manuel y me pidió que moviera todas las extremidades una por una, primero los dedos de las manos, después los brazos, el cuello y, entonces, las piernas. Hasta ese momento no me di cuenta de que no podía mover las piernas, no las notaba, como cuando duermes encima de un brazo y después no lo notas, exactamente esa sensación. La poca esperanza que tenía se había esfumado. No iba a salir de esa, pensaba, o, al menos, no podía. Mi madre no sabía qué cara hacer y yo tampoco. Le sonreí y le dije que todo iba a ir bien, todo iría sobre ruedas. Ella hizo un intento de risa. Sabía que esa broma no le hacía gracia, ni a mí, pero en momentos difíciles solo me salen bromas, llámalo estúpido, llámalo don.
Salí adelante, empecé la recuperación, sabía que ahora tendría que ser yo quien empujara la familia porque mi madre estaba destrozada y, aunque yo también, cada día le regalaba una sonrisa y me esforzaba aún más. Cada ejercicio que hacía pensaba en mi padre y, aunque suene como una cosa imposible, creía que si yo mejoraba él también.
Sabía que todo iría mejor, lo sentía cada vez más y más fuerte. Todo cambiaría, mi padre se despertaría, yo podría adaptarme a la silla de ruedas, mi madre volvería a sonreír. Sentía que nada, absolutamente nada, ni nadie podría parar mis ganas de luchar. Saldríamos adelante, como me llamo Javier.

El bolígraf, el full i la mà, d'Aina navarro, guanyadora de la categoria 3r d'ESO en llengua catalana

Ya ha pasado un año, pero no te hemos olvidado. Todavía recordamos los momentos que vivimos, fueron pocos pero largos, llenos de amor y de felicidad. Si no hubiera sido por aquella maldita mancha que apareció en tu pecho ahora aún estarías con nosotros. Te hubiéramos visto aprender a hablar, a dar los primeros pasos, a ir a la escuela... Pero no, tuvo que ocurrirte a ti. Los médicos nos dijeron desde el primer día que podría suceder, pero tu padre y yo siempre tuvimos la esperanza de que no pasara, las veces que nos viste llorar a tu lado no eran por pena o porque habías hecho algo mal, eran de alegría porque aunque te fueras sabíamos que te encontrarías con el abuelo y que él te cuidaría como nosotros.
Ahora cada día tu padre y yo rezamos a dios y le pedimos que descanséis en paz, que estéis bien y sobre todo que seáis felices. Él nunca nos responde pero yo sé que cada flor seca que encuentro cada mañana en tu tumbita o en la de tu abuelo es un mensaje que él me deja para que yo vea que os ha traído las flores y que os hablado sobre nosotros. Gracias a él la distancia que hay entre nosotros se hace más corta y eso me hace feliz, me hace olvidar el día que te tuvimos que dejar para siempre y que no te volvimos a ver.
Todo empezó aquella noche de junio. Yo estaba preñada y a las cuatro de la madrugada empecé a tener contracciones. Tu padre me llevó al hospital y a las ocho de la mañana del cinco de junio naciste tú. Tu padre grabó el parto y se lo enseñamos a toda la familia. Eras muy bonita, te ponía unos vestiditos de color rosa que te quedaban de maravilla. Eras tan chiquitina que nos hacías reír solo al verte. Me dolía el alma haberte de llevar al pediatra cada lunes para que te pusieran inyecciones, porque te dolía y llorabas mucho. En uno de esos lunes tu pediatra Marta vio que tenías una mancha en el pecho, creía que era mucosidad pero por si acaso te hicimos unas radiografías. Marta se equivocó. La mancha extraña con forma de nuez no era mucosidad era un tumor, un tumor avanzado. Parecía mentira que una cosita tan linda y chiquitita como tú pudiera tener una mancha que te ponía entre la vida y la muerte.
La pediatra nos mandó al hospital la Vall d'Hebron en Barcelona. Y el diecisiete de junio de 1995 ingresaste en el hospital. Estabas en la habitación 213, compartida con una niña que tenía cáncer de tibia y le tenían que cortar una pierna, era muy simpática tan solo tenía ocho años pero tenía muy asumido que le cortarían una pierna y decía que era una privilegiada porque entonces sería coja y podría ir con una pierna de madera como los piratas. Según ella dios solo escogía a unos cuantos para tener la experiencia eterna de ir con una pierna de madera y él la había escogido. Era una niña muy positiva, eso nos ayudó mucho a darte todas nuestras fuerzas.
Los médicos nos contaron que tenías un cáncer llamado neuroblastoma, es un cáncer que aparece en niños pequeños. Era curable pero tu caso era difícil porque el tumor era grande y se había esparcido. Me dolió el alma oír lo que el doctor decía, pero era sincero y eso nos ayudaba muchísimo a tirar para delante.
Era muy cruel verte cada día en aquella cama que era inmensa para ti conectada a miles de aparatos y durmiendo, siempre durmiendo. Había una mujer, la que hacía las camas que siempre nos decía : “! Esta niña no puede tener nada malo que siempre está durmiendo! “ Y luego llegó la químio. Pasamos noches enteras despiertos porque no parabas de llorar no comías nada y vomitabas muy a menudo, te cayeron las uñas, los pelos de las cejas y te quedaste calvita aún así eras preciosa. Esta fue la parte más dura del tratamiento sin fin. Tú sufrías mucho y nosotros nos moríamos al verte sufrir de aquella manera. Toda la familia nos daba fuerzas pero eras tan pequeñita que tirar para delante sin sufrir, sin pensar lo que pudiera suceder, sin poder disfrutar de ti fuera de un hospital; era muy difícil.
Pasamos un año entero en el hospital dentro de cuatro paredes llenas de dibujos que otros niños te regalaban porque les caías bien. Solo algunos días podíamos salir a tomar el aire contigo, tu padre y yo nos acostumbramos a dormir en una silla que era un poco incómoda pero contigo adelante viéndote dormir nos daba igual dormir bien o mal.
Por Navidad vinieron los jugadores del Barça y te regalaron una camiseta con tu nombre detrás, también la colgamos en la pared. Los Reyes Magos también te trajeron un regalito aunque el regalo mas importante nadie te lo pudo regalar. Cumpliste un año y toda la familia te vino a visitar, tuviste muchísimos regalos que ayudaron a hacerse más cortos los días en aquella pequeña casa.
Vivimos muchas aventuras, tuvimos muchas experiencias, aprendimos muchas cosas hasta que llegó la recta final. No logro entender cómo se puede perder todo, perder a la cosita que más quieres en el mundo en una operación de casi dos horas.
Los médicos no nos garantizaron de que saliera bien había un cincuenta por ciento de posibilidades de que la operación saliera bien. Esperamos dos horas sentados en una silla impacientes, solo pensar que te podías ir para siempre yo me undía. Una luz verde se encendió, eso quería decir que la operación había terminado. Salió el medico que te operó y no parecía contento, se acercó a nosotros con cara triste casi llorando. Hicieron lo que pudieron pero fue inútil mientras nos lo contaba tú estabas de camino al cielo con el vestidito rosa y sonriendo. Rompí a llorar, lo había perdido todo, ¿qué sería de nosotros ahora sin ti? Todo había terminado. Si su compañera tenía razón dios quiso que nuestra niñita conociese a su abuelo porque él la cuidaría. Sé que esta carta nunca te llegará pero no quiero que pienses que te hemos olvidado. Te queremos, hija.
Para Noelia, de sus padres.
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-Valeria...señora, despierte- oyó la voz de un médico que la despertaba, eran las siete de la mañana y su hija ya estaba en su habitación. Dormía inocentemente, lejos de todo peligro. La operación salió bien. Valeria suspiró aliviada. Solo había sido un sueño de una noche tormentosa.
Yetina, su amiga secreta, d'Alba Torradas, segon premi de la categoria 2n d'ESO en llengua castellana
Érase una vez una niña de cinco años llamada Margarita, que vivía en Barcelona y tenía los abuelos en Suiza.
Sus padres tenían una librería donde también se vendían discos y juguetes. Su padre, Javier, era un hombre de buenos negocios pero, aún así, humilde: la gente le apreciaba mucho. Su madre era también una buena persona y amable, aunque a veces se enfadara y gritara a sus hijos. Y su hermano, Salvador, de quince años, era un buen chico: amable, responsable y estudioso. Además, era guapísimo. Los dos hermanos se querían mucho, y Salvador siempre jugaba con Marga: así le llamaban entre la familia y los amigos.
Resultó que un año, decidieron irse de vacaciones navideñas a Suiza, a esquiar, pues el negocio de sus padres había tenido mucho éxito en sus últimos años. Cuando llegaron, ¡qué alegría! Los abuelos les recibieron con los brazos abiertos y la niña les saltó encima. Se pusieron todos muy contentos. Cenaron juntos y, después, los dos nietos fueron a dormir a una habitación compartida. Estuvieron jugando un buen rato y Salvador propuso a Marga escuchar una de sus historias. La niña, cómo no, asintió apasionada: su hermano era un buen “narrador de historias infantiles”. Aquella fue una historia divertida: iba sobre los yetis. A Marga le gustó porque, aunque fuera sobre yetis, no daba miedo... Pero un rato después, estando ya cada uno en sus camas, empezó a sentirse mal. Entonces, preguntó a su hermano:
-Tete, tengo miedo... ¿existen los yetis?
-¡Claro que sí, Margarita!
-¿Son malos? Porque yo tengo miedo de encontrarme alguno de esos mañana esquiando...
-Marga, los yetis son adorables. La gente cree que son malos, pero cuando los conoces, son muy afectuosos...
-¿Y tú cómo sabes eso? ¿Has conocido algún yeti?- chilló impresionada.
-¡Ssssst! ¡Que nos van a oír, hermanita! Pues mira... no se lo cuentes a nadie: ¡es un secreto entre tú y yo!- Salvador vio que debía improvisar: tenía que hacerle creer que los yetis existían y eran buenos, para que su hermana no se negara a esquiar. Tenía que animarle- Una vez, ¿te acuerdas que el año pasado fui a esquiar con el instituto?- la niña asintió -Pues... bien, me perdí, y entré en una cueva para buscar refugio. Entonces, oí un rugido espantoso y vi que una sombra tapaba la nieve. Me giré, y...- dijo para intrigarla -¡allí estaba: un enorme monstruo saltando y animándome a jugar con él! No hablaba, claro, pero yo interpreté sus gestos. Así que le seguí, y me enseñó su cueva: estaba llena de peluches. Tenía, también, un ordenador, un televisor, una cocinita... era una cueva arreglada. ¡Pero todo era enorme!
-¿Era un niño o una niña?- preguntó Marga, atenta.
-Mmmm... una niña... sí, una niña... pero tenía un hermano mayor.
-¡Como nosotros!- exclamó Marga, motivada.
-¡Exacto! ¿Y sabes de qué color tenía el pelo? ¡Rosa!
-¡Anda, que chulo! Yo también quiero conocer a un yeti...
-¡A ver si mañana tenemos suerte y vemos alguno!
-¡Sí!- Margarita dejó salir de su pequeña boca un enorme bostezo: estaba ya agotada.
-Venga, que estás muy cansada. Duerme, que... ¡mañana necesitamos energía!- pero su hermana ya no le escuchaba, pues se había quedado frita.
La noche pasó muy rápida, y Marga se había despertado energética y con ganas de ir a las montañas para ver yetis. Cuando llegaron a las pistas, se cansó viendo que ir a alquilar las botas y los esquís era un rollo. Pasaron media hora para hacerlo y, cuando ya estaba harta, por fin se fueron a esquiar. La niña creía que iría libre, pero la apuntaron en un cursillo mientras su familia iba a pasear velozmente por el precioso paisaje blanco.
-Tete, ¿en los cursillos se hacen excursiones a ver cuevas de yetis?
-Me temo que no, hermanita...
-¡Jolines! Yo quería...
-Mira, ya te llevaré yo, ¿de acuerdo?- le guiñó un ojo.
-Vale...
-Anda, ve y pásalo bien. ¡Habrá más niños como tú!
-¡Adiós!
La mañana le pasó rápida: después de comer con sus padres y Salvador, volvió al cursillo. Pero resulta que, haciendo una ruta de caminitos, la niña vio una cueva... así que decidió separarse del grupo. Cuando llegó allí, se sorprendió por no experimentar la misma sensación que su hermano le había contado. Pero, en cuestión de segundos, le dio por entrar y gritar:
-¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¡Yeeetiiiis!- el eco era abundante en aquella cueva.
Se oyó un rugido muy fuerte pero lejano que dejando un viento bestial perdió el gorro de la niña y hasta le despeinó -¡Sí! ¡He encontrado yetis! ¡Yupi!- Marga estaba entusiasmada con su hallazgo. Entonces, apareció una yeti de pelo rizado rosa y todo lleno de lazos de colores de cara simpática y regordeta, con una enorme sonrisa.
-¿Quieres jugar? Me llamo yetina.
-¡Anda, pero si hablas y todo!- Marga estaba fascinad de encontrar una nueva amiga así.
-Pues claro que hablo, ¿cómo no iba a hacerlo? Vamos a jugar, pasa... ¿te gusta el té?
-Bueno, la verdad es que nunca lo he probado... tengo cinco años...
-Pues hoy vas a hacerlo. Ven: te daré una taza bien calentita.
La verdad es que entraba bien: hacía frío, allí. Además, Marga lo encontró riquísimo.
-¡Mmmmm! ¡Me encanta! Gracias.
-De nada, amiga- las dos se pusieron a reír.
Pasaron a la sala de juegos y se divirtieron hasta el crepúsculo.
-Oye- dijo Yetina-, ¿tú no tendrías que volver con tus padres? Estarán preocupados...
-Tienes razón...- se desanimó Marga -tengo que irme... ¿Nos volveremos a ver otra vez?
-No sé, esto es decisión de tus padres...
-Yo les convenceré y volveremos, ya lo verás...
-Venga, que te acompaño. Súbete a mis espaldas y prepárate para disfrutar de una atracción nunca vista. Por cierto, nadie debe saber lo nuestro, ¿vale? Eres la única niña con la que he jugado nunca, y lo he pasado fenomenal contigo.
-Igualmente. ¡Vale, soy una tumba!
El viaje duró unos minutos. ¡Como corría, Yetina! La chiquilla bajó del lomo del enorme ser y se despidió de ella con un abrazo.
-Vuelve cuando quieras, te estaré esperando... estoy muy sola, aquí...
-Me lo imagino... bueno, amiga, ha llegado la hora... ¡Hasta otra!
-¡Adiós!
Cuando llegó al bar de la entrada de las pistas, se dio cuenta de que el cielo ya había oscurecido. Sus padres le regañaron, aunque le prometieron volver el año siguiente.
-¡No lo hagas jamás! Nos has preocupado mucho, tanto a nosotros como a tus profesores de esquí!
-Déjala, mujer, que no lo volverá a hacer, ¿verdad pequeña?- intentó calmarle el pacífico de su padre.
Después de cenar, Margarita se lo contó todo a su hermano, que intentó disimular la sorpresa ante la inocencia de su hermana.
Como le prometió a Yetina, volvieron el próximo año, y el otro, y el otro... Su infancia fue la mejor de las mejores en muchos años: con los años, valoró que no cada día se trababan amistades tan originales, ni mucho menos. Margarita fue muy feliz, y nunca, nunca habló de ella con nadie, excepto con su querido hermano.

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